14 abril 2009

Demiurgo

Sin que nos diéramos cuenta, sujetó una cinta de terciopelo al rededor de nuestros pescuezos. Parecía un listón gracioso, suave y elegante. Pocos y tarde nos dimos cuenta de que era una cadena de entrenamiento.
Es su modo de ser. La modulación de la voz, los modos, los ademanes. 
Nunca pide nada de mal modo. Jamás exige algo, a menos que lo que tenga enfrente sea un mesero. Sabe perfectamente a quién se le puede gritar explícitamente, y a quién no. Digámoslo así: sabe pedir.

Me da terror. Los ágiles dedos mueven con precisión incontables hilos. Busco todos los días en mis corvas y mis muñecas para ver si no me ha crecido un largo hilo transparente que llegue hasta la cruz de madera con la que maneja ese pequeño cosmos.

Me siento a reflexionar: me le he entregado porque quiero creer en algo. Es como el caudillo y yo, perseguidora de deliquescentes ideales románticos, voy tras él para salvar a la patria, fundar la nación, colonizar la tierra. 
Miro al reflejo de la ventana y mi rostro, abotagado por las pocas horas de sueño, los cigarros y la ira, se interpela y exige respuesta: ¿por qué no armas tu ejército propio? ¿por qué no diseñas el plan? ¿por qué no te salvas, y buscas del mundo sólo un rincón tranquilo?
(De niña quería ser guerrillera. Mi tía economista nos regaló los cuadernos del Ché, mi padre mata curas nos compraba Mafalda y con la voz a punto de las lágrimas de la ira, acusaba a Honduras por prestar su territorio para sostener a la contra-nicaragüense... mi madre fue compañera de clase de Lucio Cabañas, y mi abuela creía que mi primo V. era tan bueno, que se iba a ir de guerrillero... De niña quería salvar a la patria, lanzarme a las armas, tener la muerte gloriosa del guerrero protegido por Atenea. Tenía 8 o 9 años... mis tíos me compusieron una canción que comienza así: "te llamaron Paloma para que nunca olvides la libertad (...) llegaste con las lluvias del verano, después que Nicaragua renació" porque yo nací el 22 de julio del 79, tres días después de que el Frente Sandinista de Liberación Nacional entrara victorioso a Managüa.
Organicé una pequeña marcha dentro de la secundaria porque una mastra se negó a ponernos calificación en un trabajo, porque la muy bruta metió las calificaciones antes de calificarlo. No hubo problema: mis maestros, normalistas rojos potosinos, aplaudieron la marchita. Veía, con mis compañeras de la secundaria, Rojo Amanecer cada 2 de octubre y El Bulto cada 10 de junio. Entonces sentía que hacía lo correcto.
Y entré, después de muchos años, al CGH (como era de esperar). Y entré junto con una bola de hijos de setenteros adoctrinadores sobre el Che, sobre Lucio Cabañas, sobre las guerrillas, sobre Nicaragua... con pequeños niños llamados Pável, por "La madre" de Máximo Gorki, un que otro Lenin, muchos Emilianos, y una que otra Libertad. 
Y descubrimos que todos éramos un club de adolescentes, ya bastante grandecitos, jugando al cuento de hadas que toda la infancia escuchamos de nuestros padres. Y nos dimos cuenta demasiado tarde. 
Hubo muchos efectos de aquél juego de hadas, de aquellos padres con sueños frustrados. Unos murieron en Ecuador, otros viven en el Che, otros perdieron la esperanza. Otros quedamos a la deriva sin saber en qué creer. 
Y luego apareció él. 
Con su pequeño ejército.
Con su proyecto. 
(bastante humilde si se le compara con terminar con el hambre en el mundo, el imperialismo en América Latina, la pobreza en México o dotar de agua a Iztapalapa).
Claro, breve, sencillo: fundar un grupo de estudio. Una línea de trabajo que agoniza después de que Garibay, Gómez Robledo y Bernabé Navarro se fueran sin dejarnos la buena costumbre, a los filósofos mexicanos, de aprender griego.
Antes de que se apagara lo último que queda, llegó él para encender el fuego.
¿Cuáles son sus verdaderos motivos?
¿Que un aula lleve su nombre al morir?
¿Acaso regresó nomás porque no pudo quedarse en Europa, como parece ser el sueño de todo tercermundista mexicano, para quién el CONACyT es una especie de beca Oportunidades?
¿Acaso cree en lo que creo que cree?
Me le entregué con la misma irreflexibilidad que al CGH y a todos los cuentos de príncipes guerrilleros y princesas doloridas patrias. Con la misma irreflexión que uno se volvería de la gavilla de Robin Hood. Quién pudiera ser su Fraile Tok, su Little John.
Y desde esa irreflexión, ese instinto aprendido de mis padres, aprendido como un niño católico que jamás puede abandonar a Dios, como el Romántico que, por más que se inyecte la semilla de la desesperanza, cuando ve una luz va tras ella como kamikase, así me le entregué. Y tengo miedo).

La esponja guerrillera

2 comentarios:

Miriam Jerade dijo...

Hola. Qué bien la historia guerrillera. Yo era la única izquierdosa de mi escuela privada. Igual no creo que haya que seguir a nadie ciegamente, salvo a uno mismo y por días. De los becarios y los profesores creo que no se debería generalizar, al final son vidas, son destinos, son personas singulares, cada uno con su historia, con sus deseos, con sus encuentros...Por suerte él y tu se encontraron. Un abrazo.

Moscuda dijo...

Yo sé que eres neoplatónica y que eso te lleva a Platón antes que a Aristóteles, es decir, al demiurgo antes que al inmovilizado motor. Pero ¿y si intentas inmovilizar un poco a ese demiurgo latoso? O también, puedes desempolvar tus apuntes de clases con Ricardo Blanco y elegir alguna perspectiva teológica más amable. O bien podrías retornar a tu pasado remoto y guerrillero y revisar algunas tácticas de resistencia ante el poder absoluto. Siempre es posible, una de ellas es la risa. "Río" tiene razón.Me late que es cansancio vulgar nada más.