22 diciembre 2011

Casandra (cuentito de hoy)


La idea es de la película
La vida de los otros
(Das Leben der Anderen)


Había pasado tanto tiempo que, de hecho, ya lo había olvidado. Casi.
Fue un poco después de la guerra. Pasó varios años de su vida en aquél sótano transcribiendo de conversaciones. Al principio era emocionante. Su espíritu voyeurista creyó haber encontrado la profesión ideal. Pero poco a poco aquello se tornó aburrido. Tenía que redactar informes donde caracterizara a los sujetos espiados. La gran mayoría eran gentes bastante comunes, con preocupaciones demasiado cotidianas, gente que se sabía escuchada y que era demasiado prudente.

Para pasar las horas de tedio tuvo que inventar estrategias. Interesarse por sus sosas vidas y sus sosas cotidianidades. Así, sin darse cuenta, aquello se volverion retazos de novelas. Algunas buenas, otras malas, otras inverosímiles, otras apasionantes. Tomaba partido por los amantes que ocultaban su amor prohibido. Empatizaba con el violinista y sus sufridos intentos por sacar adelante aquella horrible pieza. Comenzó a redactar los informes como malas radionovelas. Al menos así se divertía y nada le pasaba por alto.

Pero pasó el tiempo y aquello acabó. Uno de sus hijos se la llevó a Estados Unidos y ahí consiguió trabajo de portera en un gran edificio. Ahí conoció a un paisano suyo sumamente interesante. Ambos tardaron en darse cuenta de que eran paisanos y de la misma generación. Aquello hizo que surgiera inmediatamente la simpatía y, poco después, la amistad.

Pronto se encariñó con sus modos amables y afables. Él le preguntaba por el dolor de sus caderas y la salud de su hijo, y ella por por los pequeños nietos y el humor de su joven mujer, una rubia que sonreía un poco a fuerzas, con la que recién se había casado.

Pero ocurrió un día que, atando cabos, lo reconoció. Nunca lo había visto: simplemente había escuchado su vida en la transcripción de las cintas que tantos años analizó.

Y fue entonces que aquella bonita amistad se volvió un infierno para ella. Poco a poco fue desgranándole su vida: una historia donde había muchos cabos sueltos, muchos sucesos que no podía comprender a cabalidad. Todo aquello, aseguraba él, se había ido a la tumba con su primera mujer, la de los ojos pardos y redondos. Y ella se dio cuenta que tenía todas las respuestas... pero que no podía dárselas. Tuvo, más de una vez, que amarrarse la lengua para no explicarle el verdadero origen de los resentimientos de su mujer. Más duro fue evitar abrir la boca para aligerarle una honda culpa que, ella sabía, no era para tanto.

Él llevaba, a veces, una honda tristeza. Y ella tenía que fingir una enorme sorpresa a cada confesión terrible, o incluso fingir mala memoria, pues no estaba segura de qué ya le había contado él... o debía refrenar la tentación de corregirle los olvidos.

"¿Qué pensarían de nosotros esos que nos oían?" dijo él al aire alguna vez sin esperar respuesta. Ella lo miró y le tocó el brazo. Sonrió y él le devolvió la sonrisa para después subir a su apartamento. Y ella se quedó con la respuesta atorada entre la garganta y el corazón...

1 comentario:

luciana Rubio dijo...

Muy bueno, me encantó, sentí un cierto gusto al "erizo".