29 octubre 2012

Este no es un exorcismo

En un ratito tengo que entregar la tesis, y estoy atorada en el primer capítulo (no se espanten, es el último en orden de redacción). No sé que será de mi, del capítulo y de todo lo que iba a hacer hoy en la mañana. Pero me metí al blog desaparecido (escondido, seamos honestos) y me encontré otro texto que ahora les transcribo, de agosto del 2009.

Y ya. Me voy a seguir luchando con esa pinche tesis. 

Los quiero. 

Cicatriz.

Mentiría, miserable de mi, si dijera que te amo.

(amor,
lo que se dice amor,
es una palabra como de cubo rubick)

No te quiero en las mañanas junto a mi cama,
ni quiero ser el nombre de tus dedicatorias.
Ni llevar en el vientre el fruto de
imposibles encuentros.
Ni deseo que no seas de otra, la que te ama.
Ni tampoco serte cotidiana.
Ni doblarte la ropa, ni curar tus heridas.

Me bastas así, con tus ojos de borrego
y tu paso de gato.

Mentiría, miserable, mentiría
si dijera que no vi la cicatriz que cruza tu brazo,
y que casi conté, uno por uno, los puntos con que fue suturada.
Y que armé diez mil teorías de la causa de la herida
que parece haber, alguna vez, separado tu oreja de la cara.

Y que me morí de celos cuando la viste,
y que no podías dejar de mirarla.
Y que quise irme del otro lado
lo más lejos posible.

Y que frente a tí me vuelvo niña.
Y que ya no quiero sostenerte la mirada,
porque, en verdad, estoy enamorada.

Y, mentiría, miserable, mentiría,
si negara que hoy,
cuando te vi,
se me cayeron todas las cosas de las manos,
las llaves, los billetes, los caramelos y la pose.

(y que sé que te diste cuenta...
y que lo disfrutaste inmensamente)

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